martes, 11 de noviembre de 2008

El rizo

Todos teníamos alguna peculiaridad, pero uno de nosotros tenía una característica muy marcada, un rizo. Mi buen amigo en aquellos tiempos, Jesús Vega Fandiño, con el que pasé horas y horas hablando, tenía un rizo en el pelo al que daba vueltas y vueltas enroscándose en su dedo. Creo que nunca se nos olvidará la imagen de Jesus, codos apoyados en el pupitre y aquel tirabuzon que nunca dejaba de enroscarse. Tanto era así que aquel pelo nunca perdía la forma. Era toda una seña de identidad.

El cigarrito

Para muchos de nosotros el colegio fue nuestra iniciación a un pequeño vicio, el tabaco. En el colegio estaba terminantemente prohibido el fumar, por eso había que ingeniárselas para que no te pillasen.
En Aguilar nos surtíamos de algún paquetillo de tabaco, entonces no tenían los precios de ahora y, aunque la asignación de dinero que teníamos no era muy boyante, nos daba para un paquetillo al mes. Entoces se fumaba Celtas, o Sombra, o alguno más que ahora no recuerdo. Yo empecé con Sombra que era el que fumaba mi padre. Al principio no nos atrévíamos a calar el humo y, cuando por accidente ocurría, las toses eran desgarradoras.
Solíamos aprovechar a fumar cuando estábamos fuera del colegio pero, en ocasiones, los baños no eran mal sitio para echar un pitillo, aunque la humera que se mangaba era una prueba difícil de borrar.
Ya en el último curso, cuando estábamos en 1º de BUP, Teo era condescenciente (ya éramos casi adultos), y en su cuarto podíamos, de vez en cuando, permitirnos la licencia de pedirle un cigarrito mientras nos distraíamos en alguna interesante charla.

La gincana

Uno de los ratos más divertidos que pasamos nos lo proporcionó la gincana. Los entonces hermanos (o novicios), Teo y Andrés, se escurrían el cerebro poniéndonos pruebas cada cual más retorcidas. Teníamos que buscar los misteriosos mensajes por todo el colegio y sus alrededores, llegando incluso a pegarnos buenas caminatas hasta el pantano, pero todo fuera por la enorme gloria de ser los merecidos ganadores. Nos distribuíamos en pequeños grupos y buscábamos bajo las piedras, por los cajones, los árboles... alguna pista que nos llevase hasta la siguiente. Recuerdo en una ocasión haber encontrado un papel en blanco. Cuando se lo enseñamos a Teo, considerando que no había nada en él, Teo, con un poco de mofa, nos señalaba que la pista la teníamos enfrente de nuestras narices. Miramos aquel papel desde todos los ángulos, por todos los lados, cada mílímitro de aquella cartulina, pero no encontramos nada.
Teo, compandeciéndose de nuestra desesperación, y despues de haberse cachondeado unas horitas, acercó el mechero encendido al papel y las letras del mensaje empezaron a aparecer. Entonces aprendimos el truco de escribir con tinta de limón. Fue todo un descubrimiento.

El día de desierto

No estoy muy seguro de que se llamase así, día de desierto, pero si no era esto era algo parecido. Consistía en no hablar, y eso era muy duro, sobre todo para los que no callábamos, como yo.
Un día al año había que dedicarlo a meditar, a reflexionar, a pensar... por lo tanto, había que estar en silencio. Todos vagábamos por los patios y los pasillos cruzándonos como fantasmas. Si mal no recuerdo, sólo a las primeras horas teníamos alguna charla o lectura que nos debía de servir de motivo de reflexión para el resto de la jornada.
No sé si a última hora del día ya nos liberaban la lengua, pero lo que sí recuerdo, es lo aburrido que se pasaba estando callado, aunque pensar, lo que es pensar..., pensábamos mucho.

Los piojos

No era muy frecuente, pero de vez en cuando aparecía el maléfico bicho, el piojo. La solución era un buen rape de pelo generalizado y un oloroso líquido en la cabeza en la que era detectado el inquilino.
¿Y qué se hacía con los pelos? pues meterlos en un saco y quemarlos. A mi me toco la noble tarea de subir aquellas melenas a la peña y prender el mechero, creo que iba con Francés. No me acerqué mucho a los pelos no fuera a ser que algún bichito saltase. Aun recuerdo cómo chascaba la pelambrera y el olor que se producía.

Juan Salvador Gaviota

No se me olvidarán aquellas tardes en las que el clima nos trataba bien y nos permitía reunirnos sobre la pequeña loma que lindaba con el colegio. Tirados sobre la hierba, haciendo una especie de círculo, comenzábamos a oir la voz de Teo leyendo las páginas de un libro. Aquel libro era Juan Salvador Gaviota.
Recuerdo que se hacía un silencio inusual para un montón de adolescentes y que, poco a poco, nos íbamos sumergiendo en el texto y viviendo una mágica historia de una gaviota que luchaba por superarse, por volar.
Qué fastidio cuando se interrumpía el texto porque teníamos que ir a realizar otros quehaceres, pero, en fin, al día siguiente podríamos disfrutar de otro trozito de aquella bonita historia.

lunes, 10 de noviembre de 2008

La ducha

Y los sábados a la ducha, allí todos en fila india por la escaleras, con pijama y toalla al hombro. Una vez cerrada la puerta y con nuestra lucida piel al aire, el chorro emanaba un agua más bien fresquita que iba cogiendo poco a poco temperatura. Todos allí gritando por lo abrasador del húmedo elemento hasta que conseguías regular la llave de paso compensando el aguan fría con la caliente. Y cuando la obra de ingeniería estaba resuelta, te sonaba la voz de Téo o la de Andrés indicántote "3 minutos bambini, sólo os quedan 3 minutos". y eran los 3 minutos más divinos de todo el día, resbalando un agua calentita por todo tu cuerpo hasta que la impaciencia de los aplacables novicios cortaban los suministros. El agua cayendo heleda eran como cuchillos de corte fino, y la algarabía ante el echo era fenomenal hasta que una voz cabreada nos cortaba nuestras inicentes reivindicaciones que gritaban "Teo, un minutito más...".
Lo que no recuerdo es si no duchábamos al acostarnos o al lavantarnos, alguien me lo recordará.

La meditación

Aun recuerdo aquel martirio de todas las noches, teníamos que coger la toalla antes de acostarnos e ir al baño a pegarnos el fregadito de pies. Y cómo no, Teo allí vigilando para que todos soportásemos como verdaderos valientes aquel chorro de agua helada que caía en nuestras extremidades. Nosotros nos defendíamos con la picaresca, y más que un lavado aquello era un mojadito rápido para que nuestros pies no entrasen en estado de congelación. De todas formas, uno lo recuerda con alegría porque después venía la pequeña charla con los amigos hasta que una voz seria y profunda nos decía lo de "apagar las luces y a dormir".

Los pies

Aun recuerdo aquel martirio de todas las noches, teníamos que coger la toalla antes de acostarnos e ir al baño a pegarnos el fregadito de pies en aquella fila de cubos huecos con grifo incluido. Y cómo no, Teo allí vigilando para que todos soportásemos como verdaderos valientes aquel chorro de agua helada que caía en nuestras extremidades. Nosotros nos defendíamos con la picaresca, y más que un lavado aquello era un mojadito rápido para que nuestros pies no entrasen en estado de congelación. De todas formas, uno lo recuerda con alegría porque después venía la pequeña charla con los amigos hasta que una voz seria y profunda nos decía lo de "apagar las luces y a dormir".

Reunión de exalumnos 2007

Reunión de los alumnos del año 2007. Faltan José Ramón Revuelta y José Miguel Saiz que tuvieron que marchar a primera hora y se perdieron la foto.
Más calvos, más canos, con más arrugas pero con el mismo espíritu y amistad que nos unió en aquellos tiempos.
El día que marche del colegio miré a mis compañeros y pensé " a estos amigos ya no los volveré a ver más, son con los que he pasado muchos de los momentos mejores de mi vida, en el juego, en el teatro, en la música, en la clase, con los que he convivido día y noche, y pronto desaparecerán para siempre. Recuerdo que según me alejaba del colegio me sentí muy triste, pero hoy, después de tantos y tantos años, me alegra habérmelos vuelto a encontrar. Alguno de nostros ya no está, pero le llevaremos siempre en nuestro recuerdo.


Clase de 8º durante el curso 75/76

Clase de Octavo en el curso 75/76




Clase de 7º en el curso 1975/1976


Alumnos y profesores de la clase de 7º durante el curso 1975/76 en la escalinata de la puerta principal del colegio.